Alejandro Casona
A saltos y correrías entre papeles y libros, se ha hallado una colección de poemas de Alejandro Casona, más conocido como dramaturgo, titulada El Peregrino de la barba florida, y publicada en el año 1926. Confieso que me ha sorprendido gratamente, sobre todo, por el ambiente asturiano y bucólico de buena parte de los poemas, algunos de los cuales profundamente emotivos y líricos, siguen la tradición de las viejas canciones amorosas galaico-portuguesas y asturianas. Probablemente, el enraizamiento del escritor en estas tierras, tan verdes y remansadas de paz, ha decidido o condicionado un libro de estas hechuras.
Porque Alejandro nace en la aldeita de Besullo, concejo de Cangas de Onís, en 1903, en una casa amplia situada en la zona alta del pueblo, y por cuyas circunstancias permuta el apellido paterno de Rodríguez por el sobrenombre de Casona, que quiere decir “casa grande”. Desde entonces, el asturianismo lo lleva en el apellido hasta su óbito en 1965, rayano con el otoño en que también caen las hojas para plegarse amarillas en el blando suelo, estando acompañado hasta el final por su esposa Rosalia y su hija Marta, ambas inseparables del escritor. Un año antes, en 1962, había decidido fijar definitivamente la residencia en Madrid, aunque la obsesión por la vuelta a España le viene en 1956 tras largos años de ausencia en Argentina y Uruguay, exiliado allí tras el desastre de la guerra civil española y triunfo de las tropas franquistas. Como paréntesis debe añadirse que Casona recibió el encargo en 1931 de llevar los telares del teatro y las bambalinas a los pueblos más alejados de Madrid y más olvidados de aquella España empobrecida, cumpliendo así el encargo de las Misiones Pedagógicas de la II República española, garantes de la cultura y de la educación en todo el territorio.
Con todo, el escritor, no se sabe por qué, decide garabatear algunas cuartillas en versos rimados, arremolinadas en torno a un eje temático que tiene a un peregrino barbado como protagonista.
Cuenta que un reo confeso recibe la visita del apóstol Santiago en el calabozo y le ofrece un bordón para que vaya a Compostela a purgar sus pecados y recibir las indulgencias. Así, el condenado se hace peregrino para dar cumplimiento al deseo del santo. Por las noches una luz encendida guía sus pasos, pero la mala fortuna apaga la luminaria, quedando perdido el peregrino en aquellos montes y sierras. Canta el gallo, se oye el ladrido de un mastín en la aldea, y vuelve el día para acompañar la soledad del peregrino. Sediento, llega a la braña-parte alta del monte en que pastan las vacas en el verano- donde una pastora joven, de nombre Marela, acude en su auxilio ofreciéndole una cuerna de leche como bebida y manjar. Conviven juntos durante mucho tiempo, felices y dichosos, hasta que una nueva aparición del Apóstol le recuerda que debe cumplir la promesa de seguir a Compostela. Rota la paz de los amantes, el peregrino reemprende el camino y, tras largas y penosas jornadas, puede contemplar la ciudad de Santiago desde la alcarria del Monte del Gozo, donde por fin quedó dormido.
Elementos tradicionales del paisaje asturiano-la niebla, el orbayu, las fuentes o las brañas- empastados en vivas imágenes tan del gusto de los escritores de estas tierras, entroncan este poemario de Casona con el grupo de asturianos que escribieron en bable o lengua asturiana, como Constantino Cabal, Juan Mª Acebal, Pín de Pría o el mismo Antón de Marirreguera, primer autor en bable de la literatura asturiana, entre otros muchos. Muchos versos alternan ritmos y rimas de indudable acierto, métrica regular, creándose un ambiente musical sereno, que se conjuga perfectamente con el fondo paisajístico de las diferentes escenas.
Libro poético, en resumen, que pretexta un tema jacobeo para deleitarse con la imponderable y hermosa tierra asturiana, una vez más.
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