Este libro de ESTEBAN CARRO CELADA es un libro ameno, entretenido, gracioso, curioso, sin que por ello deje de ser también un singular manual de Historia. Porque las pequeñas anécdotas de cada día son la Historia misma. Nace este escritor en Astorga en 1929. Doctor en Teología por la Universidad de Salamanca y en Lingüística Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, trabaja como periodista y colaborador de diferentes revistas, entre las que destaca la célebre publicación “Historia y Vida”. Entre sus gustos personales ha figurado siempre el tema del Camino Jacobeo, lo que le empuja a escribir en 1953 El Camino de Santiago a su paso por Astorga. Unos años después, en 1971, año jubilar, la Editorial Prensa Española publica Picaresca, milagrería y milandanzas en la Vía Láctea. El destino ha querido que la tragedia se cruzara en su vida, muriendo en un siniestro accidente de circulación acaecido en la salida de Hospital de Órbigo, dirección León, cuando contaba tan solo cuarenta y cinco años.
Decía al principio que el libro no es un tratado histórico al uso, un recipiente en que se evacuan hechos importantes, ordenados cronológicamente y rigurosamente estudiados en un contexto social, político y económico. En este caso, el libro es la yuxtaposición de breves cuadros o escenas del Camino de Santiago, cuyos contenidos se mueven entre la leyenda y la historia, entre la realidad y la fantasía, porque no de otra forma es la vida misma. Al final, el texto es una ponderada y rica colmena formada de sabrosas celdillas, cada una de las cuales es un retazo vivo, un pegujal florido, una anécdota sabrosa del Camino Jacobeo.
Todos los artículos están organizados en tres grandes bloques: la picaresca, baldón tan común como inevitable en las peregrinaciones de todo el mundo, la milagrería y las milandanzas o aventuras felices o desgraciadas que persiguieron a los peregrinos a lo largo de la ruta.
Por ejemplo, dentro del primer apartado, se cuenta que las habitaciones de los albergues eran ocupadas por peregrinos de un solo sexo, siendo pues separados los hombres y las mujeres en diferentes estancias o peregrinerías. Así en el hospital de San Martín del Camino existía esta norma y se aconsejaba que ya entrada la noche se cerraran las puertas de los cuartos y que se taparan los agujeros de la tapia que los dividían. Otras veces, las alberguerías, auténticas casas de pillaje, fingían que no había agua para invitar a los huéspedes a un mal vino y, borrachos, eran objeto de hurtos por el tabernero. A veces, la tabernera ofrecía extraños brebajes al peregrino, que lo adormecía para robarle. Muy habitual era que los ladrones se vestían de sacerdotes o peregrinos para luego, en medio de las soledades campestres, dejar sin blanca o sin vida al ingenuo caminante. Tampoco era extraño que la Catedral de Santiago cerrara sus puertas al anochecer porque los pillavanes y alborotadores se quedaban dentro a dormir y alteraban la paz del recinto sagrado, como sucedió en la Navidad de 1562.
Entre los milagros está el del fraile Virila del monasterio de Leire, que durmió trescientos años, junto a una fuente, arrullado por el canto de un pájaro, y cuando despertó ni conocía a nadie ni, por supuesto, era conocido por el claustro de monjes. O el del caballero Rosendo que, se quedó a curar a un compañero enfermo, mientras que los demás peregrinos a quienes acompañaba siguieron camino a Compostela. Como el enfermo murió esa misma noche, Santiago se le apareció en Canfranc y a grupa de su caballo blanco lo dejó en cosa de horas en el Monte del Gozo. Ya de vuelta, se encontró en León con los caballeros, que aún iban de ida. O aquel que dice que un segoviano ofreció a la Virgen de Santa María de Sirga un becerrilllo, que nunca le llevó. Así que, un día en que el tramposo andaba por el monte cuidando el becerro, se le perdió y apareció, para sorpresa de los parroquianos, dentro de la iglesia.
De aventuras e historias muchas nos relata el autor, de cómo Felipe II prohibió el uso del hábito de peregrino porque los ladrones lo usaban en su beneficio, de cómo Gelmírez acuñó moneda por el privilegio que le concediera Alfonso VI, de los muchos peregrinos famosos que acudieron a Santiago o del trovador provenzal Germán Noveau que recitó en Triacastela uno de sus poemas para deleite de los campesinos, etc. etc.
Libro, en definitiva, que debe ser considerado a la hora de redactar una Historia oficial del Camino de Santiago, pues está repleto de anécdotas, cuentos, murmuraciones, leyendas e historias, que representan la verdad con mayúsculas de esta realidad jacobea. Libro, por otro lado, bien escrito, con gracia, donosura y humor, que aún lo hacen más necesario.
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