Como se ha dicho en otro artículo dedicado a este ilustre escritor, EUSEBIO GOICOECHEA ARRONDO ha dedicado buena parte de su tiempo a la investigación del Camino de Santiago, y ya se citaba entonces, a propósito de la cartografía de su interior, que escribe una obra importante en la Historiografía, titulada Rutas Jacobeas, publicada en el año jubilar de 1971.
Va precedido el texto principal de un Prólogo laudatorio firmado por su amigo Francisco Beruete, Presidente de los Amigos del Camino de Santiago de Estella a la sazón, que aprovecha la ocasión para realizar la presentación de la Asociación y expresar la importancia capital que el Camino de Santiago tiene para la cristiandad de toda Europa en el pasado y en el presente. Añade un agradecimiento a todas las autoridades civiles y religiosas del país, que han servido a la causa de reavivar el espíritu jacobeo, e incluso se remonta al medievo en ese afán de recuperar figuras pro-jacobitas como Sancho el Mayor de Navarra y Aymeric Picaud. Sea como fuere, lo cierto es que su introducción supera las lindes de esta clase de protocolos.
Se articula el libro en tres bloques: la Historia, el Arte y los Caminos de la Peregrinación, que son una síntesis de las investigaciones más sobresalientes llevadas a cabo hasta la fecha de la publicación.
La primera parte se ocupa de la figura del Apóstol Santiago en la Historia y lo sitúa evangelizando en España poco antes de su martirio en Jerusalén y posteriormente trasladado a las costas de Galicia del Padrón por sus discípulos más fieles. Descubierto el sepulcro en el siglo IX se desata la mayor corriente de peregrinación nunca vista, similar e incluso con el tiempo superior a las de Jerusalén y Roma. Tras explicar las vicisitudes por las que corren las reliquias a lo largo de los siglos, son definitivamente confirmadas por la Bula Deus Omnipotens del Papa León XIII. Sigue a este cuestión histórica el análisis de la triple trascendencia del camino de Santiago, que ha dejado una estela inmarcesible en los ámbitos religioso (aparición de la idea de cruzada contra los moros), artístico (propagación del arte Románico, transmisión de romances y cantos líricos primitivos, así como leyendas) y comercial ( gentes de nacionalidad diversas intercambian bienes y crean rutas comerciales).
La segunda parte está centrada en el estudio de las corrientes artísticas que corrieron paralelas al hecho de la peregrinación, destacándose sobre todo el período románico, que algunos han identificado como el arte prevalente de los caminos de Santiago. Sigue el tratamiento de la iconografía de Santiago a través de las distintas manifestaciones artísticas. Y concluye con un capítulo muy interesante sobre los cantos jacobeos hallados en el Códice Calixtino y en las Cantigas de Alfonso X el Sabio, además de otros muy populares en la Edad Media.
La última parte es el tratamiento de los Caminos que conducen a Santiago de Compostela. Se inicia con la explicación de las cuatro vías francesas, que vienen a confluir en Somport y Roncesvallles. Sigue un repaso a los Caminos menos conocidos como el de la Costa Cantábrica o el de la Vía de la Plata, entre otros. Y culmina el repaso al Camino Francés, el más habitual, sobre todo a partir de los siglos XI y XII en adelante. Es en este cuerpo último donde Eusebio Goicoechea introduce dos novedades importantes de gran valor en el contexto de los setenta cuando la obra fue publicada, a saber, la Cartografía del Camino, ya comentada, y lo que se ha denominado en el libro como “Realización Audiovisual”. Consiste en un conjunto de diapositivas, agrupadas en tres series de ochenta y cuatro, con música medieval y textos literarios, cuya labor ingente ha sido realizada integralmente por el propio autor, acompañado de otros ayudantes expertos en la locución y en la grabación y montaje. Esta enconmiable labor es efectivamente elogiada por intelectuales de la época como Eloy Benito Ruano, Manuel Chamoso Lamas, Fernando Chueca Goitia, A. García Bellido, José María Lacarra, Antonio Ubieto etc. etc. Por último, divide el recorrido en tres grandes apartados, el Navarro, el Castellano-leonés y el Gallego, en el que glosa los rasgos topográficos y artísticos de cada uno.
Todo el libro está tachonado de fotografías en color y blanco y negro del gusto y acierto del escritor, que completan el conjunto de contenidos divulgados.
El libro lo cierra una densa y profusa bibliografía a modo de fuente abundante y cristalina, que sirve a las necesidades de los investigadores más exigentes del tema jacobeo.
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