Tras las palabras que dedicó Feijóo a los peregrinos, los siglos XIX y XX guardan un silencio discreto sobre la ruta santiaguesa hasta bien entrado el último cuarto del último siglo. Ni el Romanticismo, ni el Realismo, que porfiaron por revelar la estética de lo popular, ahondando en las raíces de lo más primitivo y genuino de las regiones, apenas se acordaron del Camino a pesar de que éste representaba la mejor manifestación de los valores religiosos y culturales de los pueblos europeos. Tampoco los nuevos aires de Vanguardia, ajenos a las realidades históricas y más preocupadas por la renovación del lenguaje artístico, ni las generaciones literarias del 98 o del 27, supusieron una vuelta al recuerdo. Parece como que se hubiese propagado un conjuro para evitar este tema. Y es que, en efecto, como se ha dicho en otros capítulos, el Camino de Santiago era a la sazón sólo un recuerdo, un viario de zarzas y pedrizas por donde los peregrinos ya no transitaban como antaño. Poco a poco las peregrinaciones del mundo entero, especialmente las del territorio peninsular a Santiago de Compostela, dejaron de atraer a los vastos contingentes de peregrinos de otrora porque empezaban a sentir que la adoración de las reliquias de santos no era la única manera de agradar a Dios y ganar las indulgencias.
Sin embargo, no es del todo cierto que ya no haya alusiones literarias. Las hay, pero han perdido la verosimilitud y frescura de las épocas anteriores. Son atemporales. José Zorrilla, romántico tradicional, escribe unos versos cómicos de escaso valor, cuyo protagonista es un peregrino, pero que hubiera podido serlo sin quitar un ápice al sentido del texto un curda o un tuno de las noches pícaras salmantinas, resultando que el rasgo más definitorio de estos versos es el prosaísmo o la facilona comicidad:
Caminaba un peregrino en una noche serena
con la calabaza llena
de muy exquisito vino.
La sed le salió al camino
y él de apagarla dio traza
hizo al cielo puntería:
y así a un tiempo veía
estrellas y calabaza.
La voz postromántica de la poesía gallega, Rosalía de Castro, recoge la emoción que le produce la contemplación de las estatuas del maestro Mateo en el Pórtico de la Gloria, pero sin la referencia al peregrino que desde lejos ha llegado para arrodillarse ante el santo. No hay nada vibrante que nos evoque el mundo del peregrinaje. Y así acude la poetisa a la interrogación retórica como artificio poético:
¿Estarán vivos? ¿Serán de pedra
aqués sembrantes tan verdadeiros,
aquelas túnicas maravillosas,
aqueles ollos de vida cheos?
En otro sentido más urbano se expresan Valle-Inclán o Miguel de Unamuno, miembros de la Generación del 98, al decir el primero que Compostela es una rosa mística de piedra, flor romántica y tosca… No parece antigua, sino eterna; y al recordar el catedrático de Salamanca que Compostela, vista de lejos, semeja un gran bosque oscuro de piedra. Falta en ambos casos la perspectiva real del Camino. Incluso un poeta de la experiencia y el compromiso con el hombre, su poesía es ser palabra en el tiempo, Antonio Machado, compañero generacional de los escritores señalados anteriormente, escribe un poema dedicado al peregrino que resulta un auténtico ensueño en lugar del testimonio palpitante de una realidad. El desbroce de este poema se dilata en el capítulo que viene.
Federico García Lorca no pudo sustraerse al embrujo melancólico de Santiago, a la que visita en el año 1932, y fruto de esa experiencia fueron Seis poemas gallegos, donde no se hallan huellas del Camino. Pero sí queda patente la imagen de la lluvia sobre la ciudad, que él recoge en un gallego exquisito:
Chove en Santiago
meu doce amor…
Chove en Santiago
na noite escrura.
Por último, Gerardo Diego, excelente rapsoda de las tierras del Duero, torna a Santiago en 1929 y, escondido al anochecer entre las sombras de la Plaza del Obradoiro, escribe un bellísimo soneto Ante las torres de Compostela, que se abre con este esplendente cuarteto:
Aquella noche de mi amor en vela
Grité con voz de arista aguda y fría:
-Creced ,mellizos lirios de osadía,
Creced, pujad, torres de Compostela.
La literatura de esta época, nos susurra a media voz, atiplada, congelada, ensordinada, que el camino de Santiago está mudo y ayuno de peregrinos.
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