El poeta cantor por excelencia de la aldea, de la vida sosegada, lejos del tráfago urbano, de la sencillez y el recato al que una sola mesa le basta, del que vive sin ambiciones vanas, Fray de Luis de León, también tiene palabras para el apóstol Santiago y un recuerdo, aunque breve, para el peregrino que busca la protección del santo. Nació en Belmonte, provincia de Cuenca, en 1527. Profesó en la orden de los agustinos, y como era normal en ese momento, entabló debates teológicos con los dominicos. Fue además profesor en la Universidad de Salamanca. Ambas realidades prepararon su espíritu para la dialéctica y, por consiguiente, para la búsqueda ansiosa de la paz íntima, que solo la soledad silenciosa puede suministrar a los hombres de prez inquieto como Fray Luis. Pasó como otros coetáneos suyos cuatro amargos años de cárcel en Valladolid por haber traducido al castellano el Cantar de los Cantares y haber preferido la versión hebraica de la Biblia a la latina o Vulgata. Murió en 1591 en Madrigal de las Altas Torres, provincia de Ávila, admirado por muchos y denostado por una minoría. Y es curioso que su obra no fue publicada en vida, siendo el genial Francisco de Quevedo quien sacara a la luz pública el conjunto de su poemario en 1631.
La Oda XX es la dedicada a Santiago. Corresponde al segundo período en que se divide la obra del escritor, que coincide con la permanencia en la cárcel de Valladolid. Es un poema bien escrito, como todos los del poeta, compuesto por 37 estrofas denominadas liras –estrofas de cinco versos heptasílabos y endecasílabos de rima consonante, que el elegante Garcilaso de la Vega había introducido en España años antes como consecuencia de su viaje a Italia-. Fray Luis escribe la mayoría de su obra poética en liras, lo que aporta a sus versos contención expresiva y variedad rítmica. Pero no está esta Oda a la altura de las demás o, al menos, de sus mejores composiciones: por un lado falta, a mi juicio, la originalidad temática. Parece como si el poema fuese un encargo de algún prelado u obispo, y, por lo tanto, no se halla la sinceridad a que nos tiene acostumbrados el ilustre agustino; y sobra, por otro, el tratamiento común que se le da al santo como adalid de la reconquista convirtiéndolo en el Santiago Matamoros que la pintura y escultura han reproducido hasta la saciedad. Como muestra sirva este ejemplo: Como león hambriento, /sigue, teñida en sangre espada y mano, /de más sangre sediento, /al Moro que huye en vano; /de muertos queda lleno el monte, el llano. Acerca de la figura del peregrino, el poeta recoge su devoción al apóstol y los peligros que entraña el camino de esta manera: El áspero camino /vence con devoción, y al fin te adora /el Franco, el peregrino /que Libia descolora, /el que en Poniente, el que en Levante mora. No deja asimismo de ser un tópico común el relato del viaje del cadáver de Santiago a través del mar, tal como explica el Códice Calixtino, del que ya se rindió cuenta en espacios precedentes: Y aquella Nao dichosa, /del cielo esclarecer merecedora, /que joya tan preciosa /nos trujo…
Gerardo Diego, poeta de la Generación del 27, veía en esta poesía la versión musical de una sonata en la que distinguía una introducción, exposición, desarrollo y cadencia y epílogo, proponiendo a Fray Luis como un poeta musical. Cierto es que la música es un tema fundamental en la obra del conquense, y es seguro que además sus versos rezuman música como si de una partituta se tratara. Lo dice el maestro.
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