Durante la Edad Media el Monasterio resulta una unidad arquitectónica, una casona de extraordinarias dimensiones, que aglutina funciones religiosas, culturales, económicas y sociales, siendo en la actualidad preponderantes las funciones religiosas y culturales.
En el principio, antes que el monacato, fue el eremita el que, apartándose del mundo, se refugia en las escabrosidades de las montañas para orar y llevar una vida contemplativa que le acerque a Dios. Uno de esos ermitaños fue San Benito de Nursia, que fundó tras unos años de vida solitaria el monasterio de Monte Cassino en el siglo VI, dando lugar al nacimiento de la orden benedictina, que habrá de extenderse con rapidez a la Europa cristiana occidental. No fue tampoco el único. San Martín de Tours en la Galia o San Patricio en Irlanda, ambos del siglo IV, fueron también ermitaños. De la agrupación de estos eremitas nacieron los monasterios con el fin de cubrir mejor sus necesidades de alimentación y cobijo y de organizar metódicamente los rezos u oficios litúrgicos. Por lo tanto, el ideal iniciático de oración ha sido una actividad esencial del monacato de todos los tiempos. Destáquese a modo de ejemplo que la orden benedictina toca a oración cada tres horas -maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas-, de forma que la mayor parte del día los monjes la pasan entre rezos y cantos litúrgicos.
Además, la regla benedictina determina que el trabajo manual o intelectual debe completar el tiempo de oración. Ora et labora, es el resumen de las acciones diarias del monasterio. Pero el trabajo dejó de ser interno y propio de los monjes e incorporó a la clase campesina a sus tierras para que las labraran y cosecharan productos de los más variados. La externalización del trabajo con los más menesterosos atrajo, junto a las donaciones de reyes y nobles para ser enterrados intramuros del monasterio, y las concesiones de normas privilegiadas, mayor riqueza a los cenobios, que rivalizaron incluso en heredades y recursos con las clases nobiliarias. Dicho de otro modo, el monasterio se convirtió en la Edad Media y siglos posteriores en una unidad de explotación agropecuaria que acrecentó considerablemente las arcas del dinero y del pan. Por lo tanto, el rezo se diluyó poco a poco en un sistema de vida más confortable y banal que alejó a los monjes de la pureza ideal de los inicios. La consecuencia histórica fue la pérdida de la credibilidad cluniacense- monjes benedictinos de Cluny- y la llegada de la orden cisterciense que predicaba de la mano de San Bernardo de Claraval la vuelta a la sencillez, la pobreza y la oración. A su vez, concluye el estilo del Románico y brota el nuevo Gótico, que tanta luz y arte aportó a Occidente.
La historia del monacato desde su nacimiento es la historia de una pugna entre la oración y las riquezas, la espiritualidad y la materia, acaso espejo de la misma historia del hombre que no ha sido monje.
Ánimo José Manuel:
Soy un gran admirador de tu trabajo sobre el Camino de Santiago y sigo tus envíos con gran ilusión.
Un abrazo
Ramiro Canal
Muchísimas gracias, Ramiro. Tus palabras, que no merezco, son sin embargo un impulso para seguir adelante con esta inagotable veta humana que es el Camino de Santiago. Es un viaje apasionante, cansado pero vibrante.
Un fuerte abrazo
Jose Manuel