Los cementerios.

navarre[1]

                                 Portada románica del Cementerio de Navarrete ( Navarra).

    Muchos eran los peligros, como se ha visto en anteriores capítulos, que acosaban al peregrino en su camino hacia Santiago. Sobre todo, las enfermedades contraídas o agravadas por las penosas condiciones del viaje causaban grandes estragos y mortandad. En consecuencia, la muerte era un hecho habitual en el Camino, y ello desencadenaba la necesidad de organizar adecuadamente este luctuoso acontecimiento tanto a nivel de enterramientos como de testamentarías que garantizaran el cumplimiento de las últimas voluntades del peregrino.

        Llama la atención en Ordenanzas ya tardías, como las del Hospital de San Juan de Oviedo de 1586 o las del Hospital Real de Santiago de 1524, la creación de la figura del agonizante que desempeñaba el papel de acompañante del peregrino moribundo. Seguramente este importante protagonista existió siglos anteriores en los más importantes hospitales del Camino. Una vez fallecido las ordenanzas establecían que el cuerpo debía recibir sepultura en el cementerio de la localidad donde se había producido el deceso con las solemnidades y actos que exigía la personalidad reconocida del peregrino. El fallecido era amortajado y los funerales se celebraban en medio de un notable boato pues debían participar obligatoriamente los cófrades de la parroquia o del hospital y las autoridades del pueblo o villa. Incluso en la Catedral de Santiago era preceptiva la participación del cabildo en los actos funerarios. Recuerda esta despedida última, la que el peregrino tenía cuando, vivo y animoso, emprendía en medio del fervor popular el viaje hacia la ciudad compostelana.

         No ha habido cementerios exclusivos de peregrinos, pero sí existieron en algunos casos capillas funerarias instaladas dentro de iglesias románicas o en los claustros o pórticos de las mismas, a las que tendrían acceso probablemente algunos peregrinos de condiciones sociales y económicas superiores. Por ejemplo, la capilla del Santo Espíritu de Roncesvalles, al lado de la iglesia de Santiago, en la actualidad convertido en cementerio de la localidad. Es célebre el claustro exterior de la iglesia de Santa María de Eunate, empleado con estos fines. En León, sirvió al mismo propósito la iglesia del Santo Sepulcro. Y en Santiago el Códice Calixtino cita la iglesia de la Santa Trinidad, al lado del Hospital Real, como lugar de enterramientos. Otros cementerios de común enterramiento son el de Lavacolla, cerca de Santiago, y el de Navarrete, en Navarra. El primero es un modelo que confirma la posibilidad de una necesaria armonía entre belleza y muerte; no es ninguna paradoja que el lugar en que descansan nuestros antepasados sea formalmente estético. El último presenta una hermosa portada de acceso que corresponde a la del antiguo Hospital de la Orden de San Juan, hoy desaparecido.

        En el presente ni que decir tiene que los fallecidos son enviados a sus lugares de residencia sean españoles o extranjeros para recibir digna sepultura.

       El Camino es tan verdad que Vida y Muerte se funden como dos mitades que comparten la misma realidad. Resulta una vez más el Espejo de lo real.

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