46 La pintura de las iglesias (y II).

886 9 Panteon Real-San Isidoro, León                                      Panteón de los Reyes de la Basílica de San Isidoro

        Se visita en esta ocasión el Panteón de los Reyes leoneses construido en el último tercio del siglo XI para dar reposo a los restos de los reyes, infantas y condes del Reino de León. Está situado justo a los pies de la Colegiata de San Isidoro que fue reconstruida por el rey Fernando I y su esposa Doña Sancha de León, en el año 1062. Posiblemente hubiera sido un recinto más donde enterrar a la realeza, pero la suerte dispuso que este Panteón pasara a los anales de la historia como el depositante del conjunto pictórico románico más importante de Europa. Las pinturas se encuentran en las bóvedas y seguramente fueron realizadas antes de 1149 siguiendo los cánones más estrictos del arte románico. Acerca de la autoría de las pinturas la crítica esta dividida y hay quienes creen que los autores fueron artistas franceses y quienes afirman que un taller de pintores leoneses resultaron los artífices del suceso.

     Observo un hombrecillo que, aquietado, fijo sin mover un músculo, ha fijado la atención sobre algún detalle de la pintura.

      Como motivo central destaca el Pantocrator y el Tetramorfos, que es la iconografía más repetida en las iglesias de este período. Es el Pantocrator el Dios concebido como creador del universo que, sosteniendo en una mano un libro que dice lux mundi y bendiciendo con la otra, aparece dentro de una almendra o mandorla con aire majestuoso. Permanece sedente sobre un arco convexo y apoya sus pies en otro inferior. El Tetramorfos representa a los cuatro evangelistas con cuerpo humano y cabeza animal, excepto Mateo que es integralmente homínido. Otra escena idílica, como si de una égloga de Garcilaso se tratara, es la Anunciación en la que un ángel habla a los pastores de la buena nueva, Jesús ha nacido. Desde el suelo unos cochinos comen bellotas caídas de la encina, unas cabras pacen, dos machos cabríos luchan, un perro bebe del cuenco que le alarga el pastor y otros  tocan instrumentos musicales. La Última Cena y el Prendimiento forman cuadros magistralmente pintados.

    El hombre, anclados sus pies, sigue allí con la mirada clavada en el mismo espacio que antes.

    Hay especialmente dos motivos muy diferentes que despiertan mi interés. La Degollación de los Inocentes no parece tal cosa, se asemeja a la siega agosteña del trigo en los campos castellanos: los degolladores aparecen con la cara sin muecas ni gestos violentos mientras que los niños pendidos de sus pies no dan señales de terror ni dolor alguno. Este ejemplo explica el valor simbólico de estas figuras que no imitan la realidad, sino la huyen para buscar un abstraccionismo espiritual. El otro motivo es el Calendario pintado en la cara interior de uno de los arcos o intradós, que descansa sobre la columna. Recoge los meses del año y cada uno está representado por una labor agrícola que realiza el agricultor, por ejemplo, en marzo se podan las vides, en abril se plantan dos árboles, en junio el labrador siega la cebada, en agosto otro labrador sacude con el manal la mies y en  febrero, que descansa, se calienta al fuego.

   Visto el conjunto desde cierta distancia las bóvedas se asemejan a un paraguas salpicado de colores ocres, azules y rojizos como un paisaje de otoño que se abre a nuestros ojos.

    Por fin, el hombrecillo se mueve, saca un bloc pequeño y toma notas. Yo me quedo tranquilo porque no le ha pasado nada. Pero qué miraba con tanta intensidad. Comprendo que detrás de cada mirada se aloja un misterio.

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