Diario íntimo es una crónica deliciosa del francés Geoffroi de Buletot, que inicia su andadura un 27 de marzo de 1381, allá lindante con el deshielo primaveral, y la culmina el 13 de abril del mismo año. Diario íntimo es la crónica de un peregrino estoico y de un buen escritor. Nos cuenta los graves males por los que debe pasar y los arriscados peligros que lo acechan, ya conocidos, como el pago injusto de portazgos-nos clavan los portazgueros hasta deslomarnos-, el latrocinio en las posadas y caminos, que él mismo sufre– el que nos desvalijó lo hizo a base de enseñarnos amenazadoramente un cuchillo. Era aquello de la bolsa o la vida-, las trampas de los cambistas-es necesario cuidarse mucho de los que tratan de hacerte mal cambio de monedas ya que aquí, por Viana en Navarra, pululan los cambistas-, la sinvergonzonería de los falsos peregrinos-yo no me podía imaginar que había seres que se visten a diario la media sotanilla y a vivir a costa de la peregrinación- y otros. Pero de la misma manera relata las satisfacciones que halla a su paso. Elogia las atenciones que prodigan los monjes de la hospedería de Roncesvalles a todos los peregrinos, de los que dice que tratan al caminante como si fuese el propio Cristo, y las de otros hospederos; pondera las muchas y excelentes leproserías que se encuentran a lo largo de la ruta así como otros hospitales, lo que dice favorablemente de los médicos y enfermeros; manifiesta el buen recibimiento que le dan los lugareños de las aldeas y burgos como los de Estella o Villafranca del Bierzo; o pone por las nubes las viandas suculentas de algunos pueblos. Y en fin nos pinta un retablo típicamente peregrino. Veladas animadas hablando de todo, relato de fábulas como el milagro de Sto. Domingo de la Calzada, los temores al pasar los ríos, historias de ahorcamientos de salteadores, milagros acaecidos, recuerdos de Carlomagno, Berceo, Fernán González, Cantigas, tumultos en algunas capillas, piadosos rezos, cantos de peregrinos, vendedores de conchas y emblemas, etc.
Y sobre este texto asoma un autor, Geoffroi de Buletot, que rezuma excelentes cualidades. Es parlanchín, animado y traba buena relación con sus convecinos, los peregrinos; se siente a gusto con gentes de todas las naciones y razas; aprovecha el encuentro con los leprosos para expresar el respeto que le merecen estos enfermos; siente el dolor de la injusticia, matizado con sesgada ironía, en la descripción de los penitentes desnudos condenados por tribunales eclesiásticos; muestra capacidad de asombrarse como un niño ante hechos sorprendentes; como signo de respeto matiza los ataques desmedidos de Picaud, cuyo libro conocía, contra los navarros ; y acoge las adversidades con serenidad y humor, tal como un buen filósofo estoico.
Exhibe, por último, un estilo claro, preciso. En ocasiones hace gala de descripciones rápidas, plásticas como cuadros impresionistas, y no es extraño encontrar en algunas de ellas un cierto lirismo bucólico. Es, sin duda, un relato digno, apreciable y delicioso no solo en el fondo, sino también en la forma. Es el relato de un hombre laico, religioso y bueno.
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