El cuento de nunca acabar.

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          No entraba en el guión el relato que sigue, pero las penas deben salir pronto de la garganta.

         Érase no hace mucho tiempo que seis hombres transitaban confiados por el Camino. Según fuese la anchura del espacio viajaban unas veces en hilera de dos, otras cogidos los seis pasándose las manos por el hombro y hasta incluso entrelazadas como hacían de novios con sus parejas. En fila, como hormigas, hablaban alto acaso para espantar los temores o guardaban un sospechoso silencio que escondía los recuerdos más entrañables y cálidos. Uno creía mecer en sus brazos la niña nacida hace unos días; otro saboreaba los minutos que le separaban del adiós definitivo al trabajo; alguno esbozaba una tímida sonrisa recordando los tempranos días junto a la madre, hoy marchita por el tiempo como esa flor del camino; alguien, en fin, imaginaba abrazarse a su mujer para llenarla de amor. Pero era hermoso verlos agavillados  como las doradas espigas del campo entonando esa canción minera que nació del fragor, de la solidaridad y la angustia: en el Pozo María Luisa, tralaralala, en el Pozo Mª Luisa, tralaralala, murieron cuatro mineros, mirar, mirar Maruxina, mirar como vengo yo. Y llegado ese yo se enardecían los ánimos como fuego que crece y quema.

          Viajaban con sus vestidos de gala, el mono azul desteñido, camisa con trazas negras imborrables, el casco colgado del cinturón y las gruesas botas impermeables. Eran hombres como topos que horadaban el suelo de la tierra y trabajaban con dureza para ganar el pan de cada día. No más. El resto de su entrega y esfuerzo se lo regalaban al acaudalado patrón .

          Venían por el Camino y no llegaron a León, se quedaron parados para siempre en la Pola de Gordón: un bufido de grisú los derribó al suelo y, como cadáveres esparcidos en el campo de batalla, allí exhalaron el postrero aliento. Llovía o, qué más da, lloverá en la boca del pozo, en el brocal de la mina. Cuentan quienes saben mucho que las gotas de lluvia son las últimas lágrimas del Apóstol abrumado por tanta pena.

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11 pensamientos en “El cuento de nunca acabar.

  1. Me gusta el toque social de tu breve relato, escrito al calor de los luctuosos acontecimientos sucedidos en un pozo minero de León. Una persona como tú, que conoce bien la dureza del trabajo en el interior de una mina, no podía dejar de lado la tragedia padecida por la minería leonesa, que ha sacudido la sensibilidad y la conciencia social de la sana ciudadanía española. No así de los políticos gobernantes, que hace un año no hacían más que vilipendiar a los mineros, tildándolos de privilegiados. Sus lágrimas actuales son lágrimas de cocodrilo. Dejémoslos en paz porque su sensibilidad social es nula, como la de los empresarios de hoy en día, preocupados solo por criterios de rentabilidad y beneficio económico. De todas formas, la victoria final será la de los trabajadores y de los ciudadanos honrados, que con su quehacer diario sacan este país adelante con el sudor de su frente a pesar de las penosas circunstancias históricas que padecen por culpa de esta crisis provocada por el neoliberalismo forjado por los economistas neoliberales de la Escuela de Chicago. Porque somos muchísimos más que ellos y porque la razón y la justicia nos asisten acabaremos venciéndolos. Delenda est societatis iniustitia. UHP.

    • La tragedia de Pola es una más de las muchas que yo conocí desde niño y espero que sea la última. No sé qué ha fallado o qué no se ha hecho bien. Pero que mueran seis hombres experimentados dentro del pozo presagia que la responsabilidad es de los de siempre. La mina es el grisú que explota y revienta las entrañas o axfisia al minero como un terrible estrangulador. Tuve dos tíos, ambos fallecieron por silicosis, la otra enfermedad de la mina, ahogándose poco apoco hasta que el pecho no aguanta más y cede definitivamente ante la muerte. Ellos me contaron cómo vivían los mineros a 700 u 800 m. de profundidad, día tras día. Es la lucha cotidiana por la supervivencia. No son héroes, son personas valientes y con miedo, mucho miedo, que deben comer todos los días y llevar a sus casas ese pedazo de bienestar que también nos ha vendido bien el liberalismo salvaje. Lloran, sobre todo, cuando otro «compañeru» queda para siempre en el pozo. Es una raza, una casta de hombría y sacrificio y de alegría y vitalismo. No he conocido a nadie que valore tanto la vida como el minero.
      De lo demás no me apetece decir nada. Tampoco se merecen nada. Tu lo dices todo, Jose. Mi abrazo fraterno para sus familias.

  2. Hermosa y triste historia. Hermosa, como los viejos romances que hablan de los anhelos truncados de otros; triste, porque este cuento habla de seres de carne y hueso y alma, como nosotros. No sé en qué pensaba cada uno de esos seis mineros: quizá, como tú intuyes, en sus hijos, su madre, en la vida fuera de la mina, en el aire con el que henchir y purificar sus pulmnones; en la lluvia de la tarde que limpiara la negrura de su rostro y su pensamiento. Hacía mucho que el monstruo dormitaba: seguramente, por ello, ese día ninguno pensó en la muerte.
    Y yo, ¿en qué he pensado? He pensado, curiosamente, en Creta: la mina me llevó al Minotauro; y los seis mineros, a los siete muchachos y siete muchachas que cada nueve años los atenienses tenía que ofrecer como tributo a la bestia antopófaga.
    Prefiero pensar que esta vez, como lo fue antaño, Minos no es el culpable. Me niego a creer que la rentabilidad del negocio condicione la inversión en todo tipo de medidas de seguridad cuando la vida está en juego. Decido confiar en que el monstruo es la propia mina, viendo el rostro trágicamente descompuesto de aquella mujer a la que vanamente intentaban consolar los que se habían librado del tributo.

    • Este cuento no es como los demás en que se dicen cosas de mentira, es un velo que al pasarlo descubre la cara más cruda de la realidad que enfrenta al hombre con la muerte trágica. La tragedia en su versión antigua, clásica, era el destino del héroe castigado por los dioses por sus malas acciones. Ahora, esta tragedia contemporánea, la de la Pola, es el castigo que la política más descaradamente liberal practica con sus trabajadores, condenados a sobrevivir o a morir. Hoy ya no me callo. Cada día pasan otras tragedías traducidas en personas arrojadas a la calle desde sus viviendas, en negros o indios o hispanos desatendidos en los centros de salud como perros, en jovenes imaginativos y estudiosos que se exilian para trabajar, en humildes familias que viven con 400 euros al mes o sin nada, en contratos basura- dícese leoninos como si fuesen inocuos como de peluche- para esclavizar a niños de leche en países del tercer mundo, en la exhibición impudica de jugadores de fútbol que ostentan riqueza frente a la miseria del pueblo, en el latrocinio vergonzante de los políticos y banqueros que viven a espaldas de los ciudadanos, en la doble moral cínica de quienes se presentan heraldos de Dios. Y estas tragedias y muchas más tienen nombres y apellidos que las provocan y un sistema ominoso, depravado e inmoral que las avala. Hoy estoy triste además. Por eso, a lo mejor, me sobra pesimismo.
      El texto que escribes, Romero, es tan bello como duro. Ojalá sea como dices, pero temo que no estamos haciendo bien las cosas. Un abrazo.

  3. Me has golpeado el estómago con tus palabras; quizá soy demasiado tibia con las mías, lo reconozco, pero es que me cuesta reconocer la podedumbre del ser humano. Siento que, si hago eso, es aceptar que no hay salida, que en la mina irrespirable estamos todos. Y siento (en su doble sentido) tu tristeza, a veces se nos amontonan los tormos de carbón sobre los hombros. Espero que el puente sea reparador y veamos la luz en algún punto del horizonte. Un abrazo para ti también.

    • No, no, no quiero golpearte en ningún sitio y menos a ti, que hueles siempre a Romero, lo más auténtico y natural, como te he dicho alguna vez. No, solo he complementado lo que has dicho ofreciendo el otro rostro de la realidad. En este caso yo he hecho de malo y tu de buena porque además lo eres de verdad.

  4. Esta historia sólo es la historia callada de mucha gente, de muchas familias que a veces tienen que dar su propia vida para sobrevivir. Los que afortunadamente desconocemos esta situación, no nos damos cuenta de los duros momentos que han pasado y están pasando muchos españoles. En este caso, los mineros no sólo tuvieron que hacerse bastantes kilómetros a Madrid para reivindicarse, para recordar a la sociedad y sus gobernantes las situaciones infrahumanas en las que trabajan; sino que, además, algunos de ellos, con su muerte, han dado un claro ejemplo de todo lo que querían decirnos.

    No podemos consentir las desigualdades sociales, no podemos mirar hacia otro sitio. Son muchos los casos que me vienen a la mente en los que he sentido rabia e impotencia; por ejemplo, todavía recuerdo a un hombre metido enteramente en un contenedor de basura para recoger los últimos restos escondidos en el fondo.También me ha impresionado mucho el caso de algunos ancianos que han depositado inocentemente sus ahorros en algunos bancos y después, impunemente, se los han quitado; o el de los que han estado pagando toda la vida sus impuestos a la seguridad social para que al final de sus días se encuentren abandonados en los pasillos de un hospital. ¡Qué barbaridad! Aún se podrían citar innumerables situaciones que la barbarie capitalista está creando. No podemos mantenernos impasibles, eso significa darles la razón a los indignos poderosos, malintencionados y manipuladores.

    Con lo sencillo que es todo, la raza humana ha complicado cada cosa que no le interesaba. La ambición ha propiciado guerras, injusticias, todo tipo de tropelías. Cuánta energía hemos perdido en nuestro afán por conquistar el mundo al precio que fuese. Mirémonos en el espejo de la vida y hagamos una reflexión de todo ello. Mientras tanto, luchemos porque el universo, la tierra, nuestro país y entorno pertenezcan a todos, porque aquel tierno abuelito reciba los cuidados necesarios, para que aquel hombre no tenga que recoger su alimento diario de un contenedor, para que cada minero pueda llegar todos los día a su casa y abrazar a su familia. Este es mi deseo y mi compromiso..

    Por todo ello, quiero homenajearlos y ahora, en concreto, a los mineros de todo el mundo. Este enlace que he recibido, vaya en su honor:

    • Empiezo por el final. Gracias por la emotiva y hermosa canción de mi paisano Victor Manuel que retrata fidedignamente el momento atroz de la muerte de varios mineros a los que se espera a pie del pozo. Ya la conocía y sigue impresionándome como el primer día que la escuché. A ver si me enseñas, Carlota, a colocar o ensartar-me niego a usar la palabra «subir»- estos enlaces en las páginas propias.
      Debemos las gente de buena fe empezar a cerrar filas en torno a la necesidad de humanizar el mundo y, en concreto, el entorno próximo que nos circunda, en el sentido de que el hombre debe ser el único depositario y bneficiario de los derechos fundamentales reconocidos universalmente en las grandes cartas constitucionales: libertad, trabajo, integridad y salud, vivienda, respeto a su condición etc. Y en este marco deben encajarse todos los principios políticos y sociales justos y avanzados. Pero ésto no ha de ser solo teoría ideal que ya está presente en las democracias avanzadas, sino ejercicio diario y práctico puesto al servicio del ciudadano.
      Falta, a mi entender, mayor empuje y voluntad del Estado, en nuestro caso del Estado español, que debe corregir los desmanes e injusticias del liberalismo rampante, cicatero y nmercantilista donde solo cuenta el dinero. La democracia posee mecanismos que pueden trabajar en ese sentido, pero es preciso que quienes administran el poder los pongan en funcionamiento. En el caso concreto de la trágicas muertes la intervención de la Administración en las minas supondría la aprobación y ejecución de las medidas de seguridad más modernas, asi como la revisión periódica y rigurosa de las mismas para asegurar su eficacia. Me temo, sin ser un experto, que el fallo provenga de la precariedad de esas medidas preventivas.
      Y Falta también algo que echo de menos: mayor implicación de los ciudadanos en estas cuestiones sociales y laborales. Todavía baten con poca fuerza las «mareas» contra las duras rocas-administración, empresarios-; es necesario que seamos y estemos todos para demoler las injusticias lacerantes encalladas en nuestra sociedad. Algo se consigue, pero la unidad de todos nos llevará más lejos.
      Muchísimas gracias, Carlota, por tu certero e inteligente escrito. Además hablas desde la calma, como siempre, que nos contagias a quienes tenemos la suerte de convivir contigo.

      • Gracias a ti también por tu inteligente discurso y por hacernos recordar a las personas más desfavorecidas. ¡Ah!, cuando quieras te enseño a insertar enlaces. Es muy fácil. Un abrazo.

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